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Las creencias


En esta página encontrarás fragmentos del libro de Wanda Pratnicka "La rueda de la vida, volúmen 2": 

 

Cada uno de nosotros vino al mundo con ideas preconcebidas marcadas por la evolución de su alma y experiencias de vidas anteriores. Pues bien, naciste con tu propio programa integrado, al igual que lo hace un ordenador (tu mente inconsciente almacena y controla ese programa). Se trata del sistema básico de tus creencias ya existentes mediante las cuales trabaja tu mente.

Todo lo que sucede lo interpretas de acuerdo con este programa, y desde el momento en que llegas al mundo, estás constantemente ampliándolo. Contiene todos los mensajes que alguna vez te hayan dirigido y todas tus experiencias, desde la infancia —como la forma en que te trataban tus padres—, hasta tu vida adulta. Todos crecemos basándonos en lo que nos han enseñado nuestros padres y las personas que nos rodean. Ellos te enseñaron a reproducir los mismos errores que les transmitieron sus padres y sus abuelos y bisabuelos. A veces les guardamos rencor, pero no somos conscientes del hecho de que filtramos cada evento a través del programa prefabricado con el que nacimos. Está construido sobre una base sólida, ya que se fundamenta en todas nuestras experiencias anteriores.

En este momento no tiene la más mínima importancia la cuestión de quién se perdió en el camino (y dónde y cómo) y nos inculcó falsas verdades sobre sí mismo y el mundo. Es importante reconocer que los mismos errores cruciales y compulsivos se han transmitido y continúan transmitiéndose de generación en generación. En el capítulo «La caída de la civilización perdida» explicaré cómo llegó a suceder todo esto.

¿Le transmitirás a la próxima generación los mismos errores que te enseñaron, o estás dispuesto a hacer cambios a mejor? Tiene que haber una mejor manera de vivir, y la hay. Cuando leas el capítulo «La vida en la civilización perdida», descubrirás que ya desde la cuna, a las personas nos enseñan cómo aprovechar de manera eficaz y completa las posibilidades de la mente humana. Este era el énfasis principal, porque se creía que no se podía vivir sin ella, para no perderse. Se han efectuado investigaciones sobre cómo se siente un determinado individuo y si percibe adecuadamente la realidad, pues se sabe que esto indicaría cómo reaccionaría ante la realidad, y cómo se presentaría esta ante él. La felicidad, el éxito, el amor, la paz mental o cualquier otra cosa que represente el concepto del bien supremo, se siente en lo profundo de nuestro ser como un flujo cada vez mayor de energía vital. Cuando sentimos las emociones de la felicidad, la confianza en nosotros mismos y el éxito, sentimos cómo nos inunda la alegría de la vida.

Al igual que en la Antigüedad, hoy lo que desean todas las personas es una mayor bondad procedente de la Vida. Sin embargo, a menudo sucede que los programas falsos obstaculizan nuestras posibilidades y no usamos los dones que encontramos en el camino. Luego destruimos las habilidades recibidas de Dios y nos permitimos sufrir, a través de la preocupación, el miedo, la autocondena e incluso el odio a nosotros mismos. Así, nos privamos de la fuerza vital y no nos damos cuenta o, más bien, nos negamos a aceptar los dones que emanan constantemente de Dios, nuestro Creador. El hecho de que rechacemos un regalo no es el peor de los males. Si quieres sufrir, hazlo, si esa es tu elección. Sin embargo, del mismo modo que te niegas a aceptar de Dios el regalo de la Vida, estás abrazando las semillas de la muerte Están perfectamente enmascaradas, como el proverbial pantano o las arenas movedizas. Cuando estás a su alcance, al principio se acercan poco a poco, pero cada vez con más intensidad, para finalmente apoderarse de nosotros y absorbernos por completo. Y como ya dije antes, el sufrimiento no vale la pena en ningún caso. Si sufres aquí en la Tierra, también lo harás en el más allá, es decir, después de la muerte de tu cuerpo físico, y ese sufrimiento será muchísimo más intenso. En cambio, si eliges vivir felizmente aquí, también recibirás felicidad después de abandonar tu cuerpo físico.

Todo lo que entra en tu vida es la consecuencia de tus pensamientos y tus creencias. Si crees que el mundo es malo, experimentarás un mundo así. Otra persona, viviendo en las mismas condiciones que tú, puede sentir y experimentar algo completamente diferente. Las experiencias externas no son más que un fiel reflejo (como en un espejo) de lo que está sucediendo dentro de nosotros. Recuerda el caso de los empleados que lograron mejorar sus condiciones laborales al cambiar su actitud hacia el jefe. Aquellos que se adhirieron a las antiguas creencias no pudieron influir en nada. La comprensión profunda de esta verdad puede transformarte. Porque al responsabilizarte plenamente de las consecuencias de tus actos, puedes controlar tu vida en su totalidad.

Así que espero que, si te sientes mal, dejes de culpar a otros de esta situación y seas consciente de que fuiste tú, y no otra persona, quien tomó la decisión de que así fuera. Eres la única persona que puede lastimarte o engañarte. Si no te gusta lo que experimentas, plantéate tus creencias.

En una situación de crisis, uno puede tener la impresión de que somos víctimas pobres y sin voluntad. Sin embargo, eso no es así en absoluto. En niveles más profundos del subconsciente, atraemos hacia nosotros todo lo que experimentamos, tanto lo bueno como lo malo. «¿Cómo es posible?», te preguntarás. «En realidad nadie quiere de forma consciente que le suceda algo malo». Es verdad, conscientemente no. Pero sus creencias subconscientes lo están empujando en esa dirección. Conozco a muchas personas que se niegan a aceptar que las situaciones negativas que atraviesan fueron atraídas por sus propios deseos. Supongo que muchos lectores estarán en desacuerdo conmigo también en este punto. ¿Cómo es posible que alguien quisiera ser atacado, golpeado o violado, cuando hay tanta gente víctima de sucesos desagradables a cada momento? Al ver sufrir a una persona así, no podemos entender que quiera sufrir aún más. Pues sí, quiere. Cuando hablo con este tipo de personas por primera vez y trato de encontrar el patrón que les lleva a vivir todas estas desgracias, detecto en ellas una gran incredulidad. Sin embargo, después de mirar varias veces en su interior, esa misma persona descubre con sorpresa y gran alegría cómo atrajo hacia sí ese desagradable suceso. Por supuesto, estos nunca son pensamientos conscientes, sino tendencias profundamente ocultas. En mi práctica, me he encontrado con muchos casos similares. También sucede que se me acercan personas involucradas en el mismo, por ejemplo, accidente. Dos personas desconocidas chocan en una intersección. ¿Casualidad? ¿Mala suerte? ¿Podemos influir en esto? Pues sí, podemos. En la mayoría de estos accidentes, están implicadas personas con sentimiento de culpa. Un accidente es una forma de castigo que atraen hacia sí. El sentimiento de culpa puede tener varias fuentes, pero las más comunes son: culpa por traición, mentira o cualquier tipo de abuso, incluido el fraude fiscal. En tales situaciones, los espíritus suelen sentirse atraídos por la culpa; entonces, la desgracia está servida. Ya he escrito sobre eso, pero lo repetiré de nuevo: la culpa siempre atrae al castigo.

Mientras una persona tenga creencias destructivas y no sane estas tendencias, siempre se sentirá atraído por situaciones difíciles o, a veces, trágicas. Por supuesto, la mayoría de las veces serán el destino injusto, Dios y el entorno quienes los culpen, pero cuando encuentre la causa dentro de sí mismo, de repente descubrirá con alegría que no es una víctima de la situación, sino su perpetrador. Y como perpetrador tiene capacidad de elección. Puede optar por cambiar una creencia que ya no le sirve. Porque si sé que estoy creando «el mal», entonces tengo el mismo poder para crear «el bien» en cualquier forma.

En cada desgracia hay una razón concreta que satisface nuestra necesidad. Incluso si tenemos la necesidad de castigarnos a nosotros mismos por algún acto, se trata de una elección nuestra, no un castigo por nuestros pecados. Solo necesitamos concienciarnos de ello. Ahora ya puedo escuchar voces indignadas: «¿Y qué ocurre con el castigo por los pecados?». Desde una perspectiva superior, es decir, desde la perspectiva del alma, el pecado no existe como se entiende comúnmente. Lo que llamamos pecado es meramente la incapacidad humana para ver la causa de nuestras convicciones o creencias erróneas que conducen a la infelicidad.

Yo llamaría a todas las creencias deseos ocultos. Y los deseos deben cumplirse, como se describe en el ejemplo más abajo. Además, hay otras razones para perseguirlos. Descubrirás por qué esto es tan importante cuando abordemos en detalle la vida en el mundo causal. Desde una perspectiva superior, satisfacer nuestros deseos (sean los que sean, incluso los más íntimos, vergonzantes o inaceptables a los ojos de otros) significa quitarnos el velo de los ojos. Mientras deseemos algo, no podremos comprender la naturaleza de una determinada cosa, porque nuestra visión está oscurecida por el deseo. Solo la satisfacción del deseo conduce a la comprensión... porque la mayoría de las veces (en el caso de los falsos deseos) provoca decepción. La palabra decepción es interesante y tiene un aspecto muy positivo. Estar decepcionado es abandonar un hechizo o una ilusión asociada con algo. Por lo tanto, en última instancia, el cumplimiento de un deseo ofrece a la persona el autoconocimiento y el crecimiento positivo del alma. Todo deseo terrenal tiene un poder enorme porque es un reflejo (un reflejo tenue pero un reflejo, al fin y al cabo) de lo que experimentamos en los mundos superiores, es decir, un reflejo de los deseos de Dios.

Muchas personas en la Tierra sufren porque se privan de todos los deseos, y si tienen la posibilidad de cumplirlos, no lo hacen, pues piensan que los deseos son malos. Es cierto que deberíamos liberarnos de los deseos mundanos por amor a Dios. Sin embargo, no se trata de mortificarnos, sino de experimentarlos y comprenderlos, para que se desprendan de nosotros por sí mismos cuando ya no los necesitemos.