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Los exorcismos y la Iglesia


En esta página encontrarás fragmentos del libro de Wanda Pratnicka 
"Poseídos por los espíritus - Los exorcismos en el siglo XXI":

 

A menudo me pregunto por qué tantas personas acuden a mí para pedirme un exorcismo, en vez de acudir directamente a un sacerdote. A fin y al cabo, es una de sus obligaciones. Resulta que casi todos mis pacientes habían buscado ayuda antes en la Iglesia. Muchos han ido de parroquia en parroquia sin conseguir nada. Algunos incluso han viajado hasta el Vaticano, igualmente en vano. Las reacciones de los sacerdotes a este tipo de peticiones son diversas. Unos exhortan a rezar y a arrepentirse de los pecados; otros consideran que el estado en que se encuentra el paciente es una penitencia por su vida pecaminosa; unos terceros lo mandan al psiquiatra. Tan sólo unos pocos afirmaron que efectivamente era necesario un exorcismo, para en seguida añadir que en su parroquia no se practican exorcismos. Es más común que los necesitados se encuentren con indiferencia hacia su problema, antes que con cualquier tipo de ayuda. Entre mis pacientes también hay algunos que han sido exorcizados una o varias veces. Lamentablemente, los exorcismos no siempre les fueron de ayuda, o les ayudaron sólo por un corto espacio de tiempo. 

La respuesta a las preguntas que me atormentaban la encontré durante una reunión de exorcistas. Resultó que en toda Polonia sólo había cinco. Su ayuda es una gota en el océano de la demanda real que hay. Si estos cinco exorcistas se ocupasen de los habitantes de una sola capital autonómica, sé por experiencia que estarían hasta arriba de trabajo. Y como hay cinco en toda Polonia, no hay que extrañarse de que la gente no tenga oportunidad de llegar hasta ellos. Además, no todos saben cómo buscarlos, porque en su parroquia, por desgracia, no hay quien les pueda informar de ello. Lamentablemente, lo mismo sucede en otros países. Ni siquiera en Italia y en el mismo Vaticano están en mejor situación.

No podía comprender por qué sucedía esto. Me enteré de que en las iglesias de otras religiones se puede ser exorcizado sin problemas. Si es así, ¿por qué en la Iglesia católica los sacerdotes no lo quieren hacer, por qué no quieren ayudar? ¿De dónde proviene su actitud pasiva ante tantas personas que necesitan ayuda? Se lo he preguntado directamente a los propios sacerdotes. Charlando con ellos argumenté que Jesús fue el mejor exorcista, y de ahí que hubieran asumido esta función los sacerdotes, como continuadores de sus enseñanzas. Deberían realizar lo que él inició. Considero una traición a Jesucristo que enseñen lo que él enseñaba, pero no hagan lo que él hacía. Lo que es más, su actitud contradice las enseñanzas de Jesús. Leemos en el Evangelio de San Marcos: «Aquéllos que creen en mi nombre expulsarán demonios» (Mc. 16, 17-18). Jesús concedió este poder no sólo a los apóstoles y discípulos, sino a todo aquel que creyese en él. La promesa de este poder continúa a día de hoy, y toda persona puede beneficiarse de ella. Más aún un sacerdote, a raíz de su vocación. Entiendo que la persona poseída no se beneficia de ella porque no sabe hacerlo, ya que está bajo la influencia del espíritu, pero, ¿por qué no lo hacen los sacerdotes? Si Dios nos ha dado poder para liberarnos de los espíritus que nos poseen, eso significa que no quiere que suframos ni que veamos la posesión como un castigo por nuestros pecados. Y sin embargo, por desgracia, es precisamente de esta forma como muchos sacerdotes explican las causas de la posesión a las personas que acuden a ellos. 

Como los sacerdotes no consiguieron explicarme abiertamente estas cuestiones, busqué la respuesta en la historia de la Iglesia. Descubrí cuál es la causa de que los sacerdotes no sepan cumplir con la tarea para la que están llamados. Confío en que ello arroje un poco de luz para todos los que han necesitado su ayuda, y al mismo tiempo aplaque su amargura derivada de que no la han recibido, acusando a la Iglesia y a los sacerdotes de mala voluntad. 

En los tiempos de Jesús todo cristiano podía ser exorcista. Sin embargo, a mediados del siglo III, en el momento de su nacimiento, la Iglesia limitó estos derechos y comenzó a introducir distintas fórmulas, hasta que creó la ordenación del exorcista. Desde ese momento, el creyente ya no podía practicar exorcismos. Tan sólo lo podía hacer una persona indicada, elegida y consagrada por la Iglesia. Estas limitaciones se fueron haciendo cada vez más severas, hasta que en el siglo XVI, en el Concilio de Trento, la Iglesia prohibió terminantemente practicar exorcismos, incluso a los sacerdotes. Esa prohibición se mantuvo en vigor durante casi tres siglos. 

No fue hasta el año 1886 que el papa León XIII levantó esa prohibición. Había sido poseído por espíritus malignos durante la celebración de la misa. Compuso una plegaria de carácter personal por su liberación, la envió a los obispos de todo el mundo y ordenó recitarla después de cada misa. Escribió también un exorcismo especial, que mandó pronunciar a los obispos y sacerdotes en sus diócesis. Así, en un instante se les obligó a hacer algo sobre lo que nadie tenía ni la más mínima idea. De los tiempos en los que los exorcismos fueron habían estado permitidos y practicados, no quedaban ni libros ni descripciones de las experiencias exorcísticas de los sacerdotes. Si es que éstas alguna vez existieron, lo más probable es que hubieran sido destruidas; de forma que el conocimiento sobre los exorcismos había caído en el olvido. Lo único que tenía la Iglesia era un ritual del año 1614. Es como un manual de instrucciones para los que hacen exorcismos, pero fue escrito para las necesidades y circunstancias de aquellos tiempos: la Inquisición, la herejía, las hogueras y las torturas. Trasladarlo a los tiempos que corren no sirve de mucha ayuda y, en consecuencia, da pocos resultados. Su mayor defecto es que a veces se exorciza a la persona durante varios años. Sin embargo, es mejor tener esa información que no tener ninguna. Además del ritual mencionado, existen únicamente dos anotaciones sobre los exorcismos, de los siglos IX y X. Eso es todo con lo que cuenta el sacerdote exorcista para obtener algo de información. Ésta debería ser transmitida del maestro al alumno, pero faltaban maestros exorcistas porque fueron extinguiéndose en el transcurso de los tres últimos siglos. 

Así que los sacerdotes, sin saber nada de los exorcismos, sin haber recibido formación específica en los seminarios, fueron de repente obligados a practicarlos de un día para otro. Una cosa es pronunciar la fórmula del exorcismo porque lo ha mandado su superior, y otra muy distinta, practicarlo porque se cree en su fuerza y efecto. Es una diferencia como el día y la noche. Una tiene potencia causal, mientras que la otra, no. Es como darle a alguien un manual de instrucciones y ordenarle, por ejemplo, que opere un apéndice o levante un rascacielos. El resultado será una lotería: una vez bueno, otras no. (...)

Todos los exorcistas eran ordenados por los obispos. Muchos sacerdotes se negaban a consagrarse porque les daba miedo practicar exorcismos. A veces ocurría que eran obligados a desempeñar esa función, y a menudo consideraban ese «avance» como un castigo. Además, al practicar exorcismos bajo coacción y sin vocación, el efecto estaba decidido de antemano, esto es, no era satisfactorio. A partir del año 1972 el Papa Pablo VI abolió la ordenación de los exorcistas. Ahora ya cualquier sacerdote puede decidir por sí mismo si quiere ser exorcista o no. El problema reside en que no sólo no se enseña a hacerlo en el seminario, sino que ni siquiera se menciona el tema. De ahí que muchos sacerdotes consideren los exorcismos como una superstición, como una especie de reliquia desenterrada del pasado, y que, por tanto, no le es necesaria a nadie. (...)

Un hombre de negocios muy acaudalado, a pesar de que tenía en el garaje un Mercedes de la clase S y otros tantos coches magníficos en su empresa, seguía sintiendo un impulso que le obligaba a lavar y conservar su antiguo y destartalado Trabant. Pasaba poco menos que todos sus ratos libres en el garaje. Su familia estuvo veinte años soportando heroicamente este antojo; lo hacían porque consideraban que en el mundo había dependencias mucho peores que ésa. Él, ciertamente, dedicaba todo su tiempo libre a esa obsesión, pero por lo menos estaba en casa. En un momento dado el Trabant empezó a estropearse de una forma extraña, lo cual afectó de una manera anormalmente intensa a su propietario. Simplemente se enfureció. La familia dio conmigo a causa de este suceso. Cuando empecé a investigar si el coche tenía relación con la enfermedad del propietario, resultó que sí la tenía, y grande. Hacía muchos años, antes incluso de que el hombre empezase a dirigir su negocio, había comprado el Trabant, sin saber de que su anterior propietario había estado a nada de ocasionar un accidente. Ese gran estrés provocó que el hombre muriera de un infarto estando al volante. En vida el coche había sido todo lo que poseía. Después de morir se quedó con él, y en cuanto se le presentaba la ocasión (después de que nuestro hombre de negocios bebiese alcohol) se introducía en el nuevo propietario. Como espíritu, cuidaba de su propiedad muy escrupulosamente. Cuando expulsé al espíritu, la persona poseída por él despertó como de un largo sueño. Este hombre no podía dejar de admirarse de la fuerza de la posesión, y del hecho de que él no había reparado en nada de esto. En el día a día era un hombre rico y respetado. Repetía a menudo: «¡Qué suerte que el espíritu fuese astuto y no quisiese conducir ese trasto por la ciudad: entonces sí que me habría hecho algo de lo que avergonzarme!». 

Pocas veces recibe ayuda la persona poseída, ya que los sacerdotes solamente ayudan si éste blasfema contra Dios y la Iglesia. Ellos no atribuyen la posesión a espíritus de difuntos, sino a Satanás, al diablo. (...)