A mí me llegan muchas víctimas de sesiones de espiritismo. Son gente que no se da cuenta de que está jugando con fuego. Cuando empieza la diversión ni siquiera se les ocurre que ésta pueda tener unas consecuencias trágicas. A menudo sucede que cuando experimentan el golpe ya es demasiado tarde, porque el «juego» se ha acabado y ellos se han «quemado», y sus heridas les tardarán mucho en cicatrizar, puede que incluso hasta el fin de sus días. Esto les sucede a personas de todas las edades, independientemente del sexo y de su nivel de educación. Sé que también los niños se divierten con ello, inspirándose en relatos o películas. Ocurre con frecuencia que algún programa de televisión enseña a invocar a los espíritus, algo que, por lo demás, yo misma he podido ver personalmente. Estaba horrorizada mientras lo veía, porque sé el daño que acarrearía a los telespectadores que quisiesen hacer la prueba de invocarlos por su cuenta. Los responsables de esos programas se centran únicamente en una cara de la moneda. Intentan causar el mayor impacto posible en los televidentes. Tal vez no tienen en cuenta las consecuencias de su mensaje, esto es, la desgracia que experimentarán los que lo sigan. No estoy animando a no tocar temas que sean delicados. Sin embargo, hay que hacerlo con sensatez. No hay que sorprenderse de que estallen las bombas si se está dando abiertamente la receta para fabricarlas. Esto no es ninguna metáfora. Conozco por experiencia muchos casos en los que todos los participantes en una sesión de espiritismo se desmayaron después de haber invocado a los espíritus: estaban tan electrizados como si les hubiera alcanzado algún rayo. Si ahí se acabara todo, estarían muy agradecidos porque sólo habrían pasado un buen susto. Sin embargo, no suele ser así. (...)
En cierta unidad del ejército, media brigada acabó en el hospital militar después de haber invocado a los espíritus. Luego se trasladó a una parte de los soldados a un hospital psiquiátrico, donde muchos siguen en tratamiento a día de hoy, y desde entonces ya han pasado cinco largos años. En otro lugar, un sacerdote al que en clase de religión le preguntaron por los espíritus se entusiasmó tanto con el tema que enseñó a los pequeños a invocarlos. Las consecuencias de esa «diversión» fueron similares a las de los soldados. Sus efectos persisten hasta hoy, pese a que hace tiempo que todos son adultos. (...)
Quien invoca a los espíritus por diversión no se preocupa por la tranquilidad de ellos, por lo que no se puede hablar de respeto. Por eso, el espíritu trata de una forma al médium, y de otra distinta a la persona ávida de distracciones. Si alguien se divierte a costa de los espíritus, entonces ellos también sabrán hacerle daño para divertirse. Y aquí no se tratará, ni mucho menos, de darle una pequeña lección; sino de importantes consecuencias que se pueden arrastrar hasta el fin de nuestros días. No escribo esto para asustar a nadie, sino para mostrar las consecuencias que tiene el ignorar o no ser conscientes de los aspectos más profundos de una diversión semejante. A juzgar por la cantidad de personas que se me presentan, hablamos de una importante cantidad de víctimas que, cuando invocaban a los espíritus, no eran conscientes de lo que estaban haciendo. Normalmente estos experimentos acaben por lamentarse, independientemente de los años que tengan los participantes en esas diversiones. (...)
A veces esta diversión acaba en el hospital o incluso en un psiquiátrico. Las consecuencias dependen en gran medida de qué tipo de espíritu se ha apoderado del niño. Si lo ha poseído el espíritu de, por ejemplo, un drogadicto, entonces el niño de repente se empezará a interesar por las drogas. No habrá forma de liberarle de la adicción, a pesar de nuestros denodados esfuerzos. No voy a analizar ahora todas las posibilidades. Es suficiente con decir que el niño puede empezar a robar, blasfemar (incluso aunque no lo haya hecho nunca antes), armar peleas, beber alcohol, abalanzarse sobre los padres con un cuchillo para matarlos, enfermar de improviso, tener miedo a todo, tartamudear, tener alergias, y así sucesivamente. (...)
Los espíritus pueden no hacerlo inmediatamente, sino quedarse en la casa en la que se ha llevado a cabo la sesión de espiritismo. Entonces, alguno de los habitantes puede ser poseído sin sospecharlo. Viene a ser un poco como tragarse el humo de un cigarrillo sin que seamos nosotros los que fuman. Puede suceder que la persona que llama a los espíritus lo haga una sola vez y sea poseída, pero también puede hacerlo muchas más sin que le ocurra. Tienen que pasar varias veces para que se dé cuenta de que algo malo le sucede a ella o a su entorno. Algunos entonces empiezan a buscar ayuda, otros se engañan con la vana ilusión de que se les pasará, sin más. Pero casi nunca lo hace. Al principio la posesión puede ser casi imperceptible, especialmente si el espíritu tiene un carácter amable, pero cuando el canal está abierto, entonces pueden empezar a penetrar otros espíritus, hasta que al final haya tantos que la persona no pueda con ello. Es un poco como una avispa en un prado. Cuando vuela sólo una, las posibilidades de que nos pique son escasas. Sin embargo, si la hacemos salir del avispero, no podremos escaparnos de ella, y encima puede caer sobre nosotros todo el avispero lleno de avispas furiosas, por lo que nos será ya muy difícil manejarnos con ellas. No habrá apenas sitio para esconderse, y atacarán todas a la vez. (...)