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Tu llegada al mundo


En esta página encontrarás fragmentos del libro de Wanda Pratnicka "La rueda de la vida, volúmen 2": 

Comenzamos nuestra existencia en la Tierra y aprendemos a vivir. Todas las personas que nos rodean son nuestros maestros. Primero, los padres, la familia, los amigos, los vecinos; luego, los profesores, los sacerdotes, el colegio, los compañeros de clase, la calle, la televisión, etc. Aprendemos por imitación y parecería que, al estar en compañía de los demás, estamos condenados a seguir sus modelos, que no siempre son los adecuados. Dios, sin embargo, organizó el mundo con sabiduría. Aunque todo aquello con lo que entramos en contacto intenta influir en nosotros y enseñarnos algo, de nosotros depende si lo asimilamos y lo aprendemos. Por lo tanto, dos niños que conviven en el mismo hogar, exactamente en las mismas condiciones, entre las mismas personas, pueden tomar características completamente diferentes de la familia o incluso no adquirir ninguna. En uno puede resultar muy sencillo ejercer influencia, mientras que influir en el otro puede ser totalmente imposible.

¿Qué hace que algunas cosas nos afecten con facilidad y que otras nos resulten por completo indiferentes, por mucho que intenten obligarnos a hacer algo? Depende del deseo del alma. Si viniste al mundo para experimentar lo que es ser víctima, por ejemplo, atraerás a personas que harán esto posible para ti, es decir, a aquellos que quieran experimentar lo que es ser verdugo.

No me refiero a situaciones extremas en las que una persona maltrata cruelmente a otra. Me refiero a cosas sencillas, cotidianas, porque constantemente esperamos o anticipamos el castigo que proviene de nuestro sentimiento de culpa intrínseco o incipiente. Es entonces cuando atraemos al proverbial «verdugo,» que hará el «trabajo sucio» para que podamos sentir lástima por nosotros mismos y experimentar plenamente lo que es ser una «pobre» víctima. Sentimos lástima por nosotros mismos, pero el verdugo también sufre al no entender cómo pudieron haber ocurrido esos hechos.

Como ves, querido lector, la víctima no es el producto de lo que le sucede, sino la causa, la fuente. Obliga al «verdugo» a maltratarla, lo que en la comprensión humana de la culpa y el castigo, la hace igualmente «culpable». Los hechos nunca habrían ocurrido si el verdugo y la víctima no quisieran lo mismo al mismo tiempo. No escribo esto para responsabilizar a la víctima. Eso solo aumentaría su sensación de servíctima. Quiero que cualquiera que sufra algún daño admita ante sí mismo que él no es el chivo expiatorio de lo sucedido, sino su creador que experimenta lo que es ser víctima. Y eso ya es otra cosa totalmente distinta. En efecto, ya que yo mismo hago que me hostiguen, también puedo hacer que eso cambie. Pero primero tengo que decidir que ya no quiero ser víctima. La siguiente afirmación te ayudará en tal situación: «Yo... (tu nombre) me libero de la necesidad de ser víctima». Escríbelo y dilo hasta que todo cambie a tu alrededor (recuerda que casi todos tenemos algo de víctimas). Al mismo tiempo debes cambiar el concepto que tienes de ti mismo. Una víctima lo es porque no se ama ni se acepta a sí misma. Para cambiar eso, debe repetir la siguiente afirmación: «Yo..., (tu nombre), me amo y me acepto». Escríbelo, pronúncialo mentalmente, dilo, cántalo. Convierte en un hábito que cada paso que des al caminar es un paso hacia una mayor aceptación y un mayor amor propio. Además, la víctima está atada a una necesidad de autocompasión. Así que di: «Yo..., (tu nombre) Me libero de la necesidad de compadecerme». Al modificar tus deseos, cambian tus experiencias. Pasas de ser esclavo de tu deseo a amo de tu deseo.