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Sobre mí


En esta página encontrarás fragmentos del libro de Wanda Pratnicka "La rueda de la vida, volúmen 1": 

 

Soy exorcista, psicóloga y parapsicóloga pero, por encima de todo, científica e investigadora; no obstante, no existen escuelas superiores de la disciplina que practico. Para muchos de los que se sirven sólo de la razón y carecen de una percepción extrasensorial desarrollada, soy alguien poco fiable, quizás incluso peligroso. No en vano penetro con la mirada lugares que son inaccesibles para la mayoría de la gente, que ni siquiera tiene ni idea de que existen. Y sin embargo, ¿cómo se puede vivir sin conocimiento, cuando éste es para la persona tan importante como el aire que se respira? Con ello no me refiero a una persona simplona y gris, para la que este tema es algo completamente incomprensible. Me refiero a aquéllos que se toman a sí mismos por personas bien formadas, inteligentes, e incluso espirituales o religiosas. 

Precisamente es la razón lógica la que les confunde a estas personas, no permitiéndoles comprender algo que está más allá del alcance de su percepción, y en consecuencia, de sus conceptos. Sin un aparato adecuado (los prismáticos o el microscopio), no podemos ver algo muy lejano o pequeño. De forma análoga algunos de nosotros no pueden detectar algo que, a decir verdad, se encuentra dentro de nuestro radio de alcance inmediato y, sin embargo, sigue siendo imperceptible para nuestros sentidos físicos. Aquello que nos facilitaría la observación, aquel «aparato adecuado», brilla por su ausencia en muchas personas. Es por ello que nuestra percepción de la realidad, tal y como es verdaderamente, se vuelve imposible. 

A la mayoría de la gente le toca experimentar únicamente todo lo material: lo que se puede ver, tocar, oler, medir o pesar. Por eso no son capaces de creer en determinadas cosas, como por ejemplo los espíritus o los cuerpos sutiles de la persona, comúnmente denominados aura -a pesar de que existen cámaras fotográficas, construidas especialmente con ese fin, que confirman su existencia-, ya que no las pueden ver por sí mismos. De ahí que afirmen una y otra vez que ese tipo de cosas son una solemne tontería. Sin embargo, lo que para algunos es imposible, para otros es algo completamente natural. 

Un nutrido grupo de gente posee el don de la percepción extrasensorial, pero pocos de ellos tienen algún tipo de conocimiento sobre el tema. Consiguen detectar lo que para otros es invisible, y todo va bien mientras no compartan sus visiones con sus seres queridos. Es entonces cuando empieza el problema: no es que la razón de estos últimos no quiera, sino que no consigue asimilar esta información, ni una perspectiva semejante. Simplemente no están capacitados para ello, la estructura atómica de sus células cerebrales no se lo permite. No es hasta que la mayoría de la gente a su alrededor acepta alguna información que las mentes lógicas de este tipo de gente la admiten también como su realidad. 

Más de una vez en el pasado se ha descubierto algo que la gente no podía entender, ya que su razón no lo concebía. ¿Qué es lo que hacían defendiéndose de ello? Se oponían y presionaban a los inventores, temiendo que el conocimiento en cuestión trastocase su mundo, su posición y su fortuna. 

¿A cuántas de estas personas preclaras han encerrado en centros psiquiátricos; a cuántas las han maldecido, quemado o atormentado de algún otro modo en nombre de Dios? ¿Acaso crees, querido lector, que actualmente las cosas han cambiado en este terreno? Para nada, nada en absoluto. Tan sólo han cambiado los métodos de represión, y todo lo demás sigue igual. La lista de personas que han intentado aportar algo nuevo al mundo y a las que el mundo ha tratado de forma cruel es muy larga, y ciertamente no cabría en este libro. 

Tomemos como ejemplo al pionero de la teoría de las ondas radiofónicas -la cual sirvió para que apareciera la radio y toda una serie de inventos más-, Guglielmo Marconi, de cuyo conocimiento hoy en día nos beneficiamos todos. Cuando refirió su invento, sus contemporáneos no podían siquiera concebirlo. No en vano no podían ver ni tocar las ondas radiofónicas, de ahí que lo tomaran por loco y lo encerraran en un centro psiquiátrico durante un tiempo. A nadie le extraña actualmente la existencia de las ondas electromagnéticas, no en vano en ellas se basa el funcionamiento de la televisión y la telefonía móvil, entre muchas otras cosas. 

El ejemplo de Galileo es de otra índole y no lo doy porque en tiempos la Iglesia declarase hereje a Galileo y lo maldijese, tanto por sus teorías como por propagar las teorías de Copérnico (digamos entre paréntesis que en el año 1616 la obra de Copérnico fue también incluida en el índice de libros prohibidos). En aquellos tiempos nadie era capaz de asimilar sus descubrimientos. Lo pongo como ejemplo porque actualmente, en la era de los viajes lunares, la Iglesia ha necesitado hasta doce años de deliberaciones para, después de trescientos sesenta años, rehabilitar por fin a este maravilloso científico y levantar la maldición que pesaba sobre él. Con este ejemplo podrás ver por ti mismo, querido lector, cuánto tiempo puede llevar abrir las mentes de la gente. 

A mí también me han criticado públicamente y llamado estafadora ante cuatro millones de espectadores. Ésa fue en su momento -todo un récord, por cierto- la audiencia de un programa de televisión en el que se me intentó condenarme. ¿Quién fue el que lo hizo? El redactor de las siete plagas, que busca entre cadáveres el sensacionalismo a toda costa, además de un psiquiatra que no quería aceptar el conocimiento que yo transmito. No en vano, si lo hiciera y, lo que es más importante, lo aplicara, sus salas de espera se quedarían vacías de pacientes; él, por su parte, no podría aceptar sumas importantes a cambio de recetar psicotrópicos en su consulta privada. Creían que de esta forma me harían daño. Ocurrió sin embargo, que entre las más de cuatro personas que estaban viendo directamente este infame programa y de los cientos de miles más, sino millones, que supieron de él, no hubo siquiera un puñado de gente que declarase que yo les hubiese estafado como consecuencia de mi actividad como exorcista. 

No tengo reproches, ya que sé que los creadores del programa se guiaban únicamente por la lógica de la razón, la cual, tal y como sabemos, constituye únicamente una pequeña parte del todo. Si el resto de la mente se mantiene cerrada, esa persona no logrará aprender nada nuevo. Una mente cerrada rechaza todo lo distinto, todo lo que choca con las creencias vigentes, que pueden ser (y lo son normalmente) totalmente erróneas. El miedo es la fuerza que bloquea las mentes humanas. Tan sólo aquellos que logran ir más allá del razonamiento lógico son capaces de aceptar nuevos conocimientos y transformarlos. 

Ello explica, querido lector, por qué tanta gente no quiere saber nada de las cuestiones de las que dependen su destino y existencia, tanto en este mundo como en el otro. ¿Acaso no se comportan como los avestruces que esconden la cabeza en la arena? ¿O como el explorador que se adentró en un territorio desconocido y peligroso, sin una brújula ni tampoco un mapa? A pesar de que no consigue ubicarse en territorio extraño, no quiere saber nada del tema, puesto que tiene miedo de ese conocimiento y de lo que podría ver allí.

Pues precisamente así se comporta la mayoría de las personas que nos rodean, incluyendo también a algunos curas, a los que denominamos nuestros pastores. A la hora de considerar qué será de ellos después de morir, no están en mejor situación que los demás en absoluto. Unos nadan en la ignorancia, ya que carecen de la información básica; otros, en el miedo, y los últimos en el exceso de confianza en su grandeza y en su propio «conocimiento». Estos últimos son los peores. Les parece que poseen toda la información, cuando en realidad están ciegos y sordos respecto a todo aquello que les podría ayudar a su desarrollo espiritual. Primero tendrían que reconocer y aceptar ante sí mismos que, en verdad, no saben nada. Lo ilustra muy bien este dicho: «El sabio está constantemente aprendiendo. Por el contrario, el tonto ya lo sabe todo». 

El alma no se puede ver con los cinco sentidos que le han sido dados al hombre. Tampoco es posible palparla ni manipularla. Es por eso también que muchos materialistas piensan que no existe para nada, que no es más que una creencia antiquísima. Estas personas sueltan el timón y van a la deriva por las aguas de la vida, de una casualidad a otra. Mientras que dentro del cuerpo físico les puede ir bastante bien -a fin de cuentas sus títulos universitarios les avalan-, después de morir tiemblan de miedo, sin saber qué hacer consigo mismos a partir de este momento. 

A la humanidad le parece que evoluciona mucho. Se nota el avance en muchos campos, pero es un avance técnico, material. En asuntos que afectan al ser humano mismo, resulta que su interior no ha cambiado nada, o apenas. La mayoría de las personas ansía la estabilidad y la continuidad en su vida privada, sus propias casas, sus relaciones o su trabajo. De buena gana lo detendrían todo a su alrededor con tal de que no cambiase nada. Sin embargo, la vida y el mundo son un constante moverse hacia delante, un cambio constante, que nos obliga a estar en constante evolución. El desarrollo espiritual supone trabajar constantemente con uno mismo y necesitar cambiar continuamente: un cambio lleva a otro cambio, y así sucesivamente. Precisamente eso es lo que significa ir con el espíritu de los tiempos. 

Sin embargo, hay mucha gente que tiene tanto pavor a los cambios, que se retrae de la vida y. en un corto espacio de tiempo se muere con el convencimiento de que «allá» encontrarán por fin la felicidad, la paz y el sosiego; es decir, todo aquello de lo que carecían aquí en la tierra. Lamentablemente, ese «allá» no es a decir verdad ningún lugar nuevo ni extraordinario, con una vida extraordinaria que nos libere de ser responsables de nosotros mismos; sino una continuación de nuestra vida actual en todo su esplendor. Y si éste fue feliz en la tierra, lo mismo le sucederá «allá», al otro lado del velo de la muerte. Y viceversa: a una vida desgraciada le seguirá también la desgracia. Lo saben los lectores de mi libro anterior, Poseídos por los espíritus. No tenemos más remedio pues, que intentar ser felices ahora mismo, cuando todavía estamos en posesión del cuerpo físico. De otra manera nos llevaremos una desagradable sorpresa, pero sobre ello hablaré más adelante.

En esta rueda eterna no se puede parar, hay que encaramarse constantemente hacia la parte de arriba, o no hacer nada y caer al fondo mismo. Todo, tanto allá como acá, está en movimiento constante. A aquéllos que no lo puedan, o más bien no quieran, comprender, se darán una y otra vez con la penosa -e incluso trágica- realidad en forma de un constante zarandeo y empujón hacia delante por parte de ese destino «cruel». 

Desde siempre he sido sensible a las penurias de otras personas, y muy a menudo se me venían a la cabeza estas preguntas: ¿es que tiene que ser así, es que todo lo que sucede alrededor es inevitable, es que es algo que nos arroja el destino fatal, o se le puede hacer frente? ¿Y si se puede, entonces cómo? Más de una vez he profundizado en las causas de la infelicidad humana y he estado investigando todo el tiempo necesario para encontrar la causa y su solución. 

De esta manera di con los espíritus como causa de las penurias de una persona concreta, aunque es algo que hasta los niños suelen saber. Y lo que es más importante: vi todo un mundo de causas y efectos, no sólo en este mundo, sino también en el otro. Descubrí ante todo que nunca nacemos ni tampoco morimos nunca. Lo que coloquialmente denominamos muerte no es más que desprenderse del cuerpo de la misma forma de la que nos desembarazamos de la ropa vieja, usada, ya que no nos sirve para nada. Me he dado cuenta de que muchísimas almas (espíritus), que ya no están vivos desde hace tiempo, no son en absoluto conscientes de su muerte y en el «más allá» -así lo denominamos coloquialmente-, se comportan exactamente igual que lo hicieron durante su vida física. Asimismo, he descubierto por qué los espíritus se quedan entre los vivos y cuál es la causa de que influyan en nuestra vida. He ido aún más adelante en mis investigaciones, descubriendo la continuidad de la vida entre este mundo y el otro, que no se interrumpe ni un segundo siquiera. No se trata de fantasías o conjeturas mías. Estos hechos se basan en el conocimiento atesorado sobre la base de miles de casos de personas que acuden a mí para pedir ayuda.