En esta página encontrarás fragmentos del libro de Wanda Pratnicka
"Conoce la Verdad y sé libre"
Querido lector, has de saber que en los tiempos que corren ciencia y religión se han conjurado para hacer de la vida después de la muerte o inmortalidad un tema tabú. Evidentemente, esto no ha sucedido porque sí. Ya antaño los líderes de la Iglesia se dieron cuenta de que cada vez más creyentes le deban la espalda a esta. De ahí que se les ocurriese la idea de aunar fuerzas con el mundo de la ciencia. Desde aquel momento empezaron a desviar la atención de los fieles hacia la ciencia, que ahora garantizaría la solución a todos los problemas que atormentan a la humanidad.
A consecuencia de ello la gente, durante cientos de años, ha creído erróneamente en que solo la técnica alcanzaría un cierto grado de desarrollo, y en que esta solucionaría los problemas de la humanidad. La ciencia había de convertirse en el camino que nos libraría de las enfermedades, el sufrimiento y la pobreza. Actualmente sabemos que ni la ciencia ni la tecnología logran resolver por sí mismas semejantes problemas. No en vano se pueden emplear tanto para un buen como para un mal fin. A decir verdad, la técnica nos puede ser de ayuda únicamente cuando nos servimos de ella consciente y sabiamente, y, ante todo, con mesura. La humanidad misma tiene que encontrar la armonía y el equilibrio interior. Estos no se puede regalar a nadie desde fuera (ni siquiera recurriendo a la tecnología más asombrosa). No todas las personas se dan cuenta de que la base de su equilibrio o armonía es el amor, y que este solo lo podemos encontrar en nuestro interior.
Entregar el poder en manos de la ciencia ha provocado que el sistema de enseñanza se desajustase, lo que ha contribuido a confundir las mentes de las personas todavía más. Una enseñanza tan errónea ha desencadenado que no se tenga en cuenta ninguna otra posibilidad de explicar el mundo, salvo la materialista. De ahí que dicha enseñanza le resulte tan extraordinariamente atractiva a tantas personas, y que estos, como consecuencia, no tengan en cuenta otras posibilidades. Con ello no tratamos, por supuesto, de culpar a la ciencia misma ni a los científicos. Nosotros mismos fuimos (cada uno para sí) los que consentimos que esas visiones falsas se apropien de nuestro pensamiento y conquisten un círculo cada vez mayor de adeptos. Aquellas no incluyen nada más allá de lo que se puede ver, saborear, tocar, oír, oler, medir, pesar, comprar o vender. He aquí nuestro legado como humanidad, del cual nos enorgullecemos tanto. No somos conscientes de que conduce a un callejón sin salida, que es algo de lo que nos enteramos después de que nuestro cuerpo físico muera, cuando ya es demasiado tarde para cualquier tipo de reacción. Existe el refrán "sabio es el polaco a posteriori"; habría que cambiarlo por "sabio es el hombre a posteriori", ya que este fenómeno, evidentemente, es universal.
Sin embargo, cada vez son más las personas que intentan salir de la oscuridad en la que, como humanidad, nos hemos instalado desde hace siglos. Las limitaciones del mundo material continúan retrayendo a la mayoría de la gente, especialmente a los que tienen formación superior: aquellas se basan únicamente en las valoraciones que se sirven de los cinco sentidos, algo que afecta tanto a particulares como a instituciones enteras. A primera vista da la sensación de que allí están los más cabezotas. ¿Cómo podemos llamar si no a la gente que nunca ponen en duda sus convicciones ni sus sistemas de creencias? No es posible asimilar nuevas aportaciones (y como resultado, nuevos conocimientos), ni tampoco proporcionárselos a los demás, si nuestras mentes están tan obcecadas por ideas y convicciones que ya han caducado y han sido desmentidas. Es por eso que las personas dedican tan poca atención a sus raíces, profundamente asentadas en el instante interior a su nacimiento físico y a su futuro, el cual se extiende mucho más allá de la muerte del cuerpo físico. A pesar de que tenemos tantos científicos, en lo que a la vida respecta no pasamos más que de puntillas por la superficie de los fenómenos. La mayoría de las veces nos basamos únicamente en lo que ya sabemos, y eso no nos permite prestar atención a la naturaleza de las cosas que se encuentran más allá de lo que los cinco sentidos perciben. Los científicos buscan vida en planetas lejanos (por decir un ejemplo), en donde aquella por supuesto existe, pero no logran advertirla. De ahí que se mantengan ajenos a los magníficos espacios que se abren hacia los horizontes más lejanos. ¡Cuántas cartas recibo sobre ese tema! Claro que hay gente que ve los mundos inmateriales o advierte ciertas anomalías por su cuenta, mas teme hablar abiertamente sobre ello. Me escriben: "¡Qué valiente es usted, Señora Wanda! Estoy de acuerdo con usted, pero yo solo soy demasiado débil como para poder cambiar algo de lo que opina la humanidad". Los lectores de mi libro son un grupo relativamente escogido. En su fuero interno creen en la vida después de la muerte y aceptan su propia inmortalidad.
Mientras, los escépticos no pueden parar de reírse con desprecio al pensar en la vida después de la muerte, y rechazan con arrogancia el mundo que no consiguen percibir. Se encogen de hombros y prefieren no ocuparse de lo que, a su entender, es un eco lejano e incierto de otro mundo. Por lo demás, a ellos también les acaban abandonando las dudas más pronto o más tarde. Después de la muerte de su cuerpo físico se enteran de cómo son las cosas en realidad. Los más veteranos dicen: "¿cómo podemos saber que lo que usted escribe es cierto? Pero si nadie ha vuelto del más allá." Y sin embargo, muchas personas sí que han vuelto del más allá, aunque solo se tratase de aquellos que han sobrevivido a la muerte clínica o a un coma largo y profundo. Sea como fuere, no hay forma de demostrar nada a alguien que no está dispuesto creer (y tampoco hay que intentarlo).
Otros, al no advertir esos espacios, se privan inconscientemente de su identidad cósmica, y en consecuencia niegan su esencia espiritual. Al rechazar este campo, están negando simultáneamente el sentido de su propia existencia. Lo sé por mi rutina profesional, ya que a menudo me enfrento a casos como el que voy a describir a continuación.